jueves, 6 de agosto de 2015

Las vidas que viví


No sé cual fue la primera.
Creo que empezó en México, allá por el año '98 o '99.
Fue un regalo de cumpleaños, un boleto de ida e -inconsciente e indirectamente- ya para nunca más retornar.

Fue un viaje oscuro y taciturno.
Sólo recuerdo que fue una historia traumatizante (Las historias de principitos enamorándose de una flor quedaron enterradas en lo ridículo y banal), a pesar que el libro eran de ésos de autoayuda -en vano no se llama "Volar sobre el pantano".
Si me preguntan de qué trata, o quiénes son sus protagonistas, no lo recuerdo.
Sólo sé que de una pubertad un poco complicada a una adolescencia que se tomó el tiempo para mejorar, ese libro me ayudó a volar un poco más mejos que sólo el pantano.


Recién descubrí que no es necesario libros con cientos de personajes, ni matrioskas literarias, ni siquiera términos rebuscados tal cual yo acostumbro (lo hago para aprender yo y para ilustrar a los demás).
Mucho menos si lo que quieres es enganchar a alguien a la lectura.
Creo que había descubierto algo más allá que sólo leer: hacer algo que me apasione, aprendí a obsesionarme.
Lo leía al volver del colegio, y al acostarme, antes de dormir.
Y así, lo terminé en 4 días.

"Quien haya sido el autor de este libro, debe tener otros igual de buenos", pensé.
Entonces compré "La fuerza de Sheccid", y fue como comprar otra vida -una muy deprimente, por cierto-.
Enamorarme de Sheccid y llorar su muerte; y luego, el giro argumental.

Por ahí empezó a ponerse de moda ¿Quién se ha llevado mi queso?, así que cambié la juventud en una escuela mexicana, por los almacenes de quesos que no caducan.


¡En abril empieza mi maldito internado!
No sé en qué año -y con un sólo libro- descubrí a mi autor peruano favorito: Bruce Echenique.
"No me esperen en Abril" logró identificarme con el protagonista Manongo Sterne, hasta terminar decepcionándome de él. Me dio curiosidad por degustar esas butifarras tan deliciosamente descritas (tanto que, cuando por fin probé una, me decepcionó un poco).
Y -obviamente- enamorarnos de Teresita Mancini. (Y pensar que hay "teresitas" más populares, y sólo son una oda a la ignorancia). Claro, fue una vida que nunca escogí, sino que el colegio me impuso.
Pero la viví bien, hasta que se terminó el libro, y tenía sed de más.

Antes -o tal vez después- conocí a la familia de Pascual Duarte. Un relato tan cruel, conflictivo y tan crudo, que ... que nunca me mimeticé a esa vida.


Regresando a Cuauhtémoc, conservaba la curiosidad por sus obras, por lo que ya tocaba vivir "Juventud en Éxtasis", y la cosa prometía.
Hasta que llegó a mis manos "Sangre de campeón", y -sin terminar el libro- me alejé en definitiva del autor, buscando nuevos horizontes, aunque no muy distantes: Paulo Coelho.

Entonces, fui Alquimista, y también me senté a llorar en el río Piedra.
Luego fui Guerrero de la luz, y también fui Peregrino, y recorrí literariamente el camino de Santiago, ¡aún sin saber dónde estaba parado!!
Y mi nueva manía era buscar algún puntito de luz sobre el hombro izquierdo de las chicas, tal cual Brida, y me resigné a dejar partir al amor de mi vida (de esta nueva y fugaz vida), con el amor de su vida.
Después -en épocas de universidad- leí 11 minutos y conocí la Rue de Berne, y la buena y la mala vida de ¿Suecia? ¿Suiza?


Es tan dulce la ironía: autores tan criticados como lo fueron/son Cuauhtémoc y Coelho, hayan sido los que me impulsaron a leer más libros, a vivir más vidas en mi vida.
A superar esa barrera del colegio en que "la lectura es una obligación" para convertir la lectura en un placer.


Y así han pasado los años. Nuevas vivencias que, sin embargo, jamás llegué a vivir; y algunas tan ficticias, que jamás llegaré a vivir, y, otras tan reales y tan tristes, que ojalá nunca llegue a vivirlas.

Como -por ejemplo- la conspiranoica de Dan Brown: Código Da Vinci. Porque tenía que leerlo antes de ver la película, para poder quejarme y decir que no fue tan buena como el libro.

Lo irónico con esta portada, es que
la ceguera es descrita "blanca como la leche".
Hace unos años retomé este apasionante mundo con Saramago: Ensayo sobre la ceguera.
La idea de un mundo apocalíptico, no con zombies ni con extraterrestres, sino con los mismos humanos. ¡Que genio!!
Su forma de relato es pesada, y encima, el eterno anonimato de los personajes tampoco ayuda...
Y sin embargo fue tan intenso vivir esa historia, tan, ¡tan intenso!, que llegué a un punto del libro en que leía por seguir la hilación, para esperar la próxima aventura de los protas... hasta que llegan al final del libro y chau... terminó la historia sin más historia.

Decidí quitarme ese sinsabor viajando con Julio Verne (o debería decir con Phileas Fogg) alrededor del mundo en 80 días. Y vaya viajecito, que duró apenas un par de semanas. Y que me costó un tanto entender, ya que geografía no es mi fuerte.
Pero vaya libro, porque si fue emocionante leerlo, el terminarlo fue espectacular.

Y tantos libros igual de buenos de Julio, que ahí no podía acabar yo.
Pero -no sé quién, no sé cuándo, no sé cómo- me causó interés leer Sherlock Holmes. Tal vez por una analogía al actual Batman.
Pero, ¿con qué empiezo?
Entonces, Estudio en Escarlata me abrió las puertas a la literatura policial.
Hasta que llegué a un capítulo -no recuerdo cuál- en el que dejó de hablar de Sherlock para empezar a narrar una historia en el viejo oeste de EEUU, sin mayor vinculación.
¿Está mal impreso el libro? ¿Me han vendido una versión pirata? ¿Qué está ocurriendo?
Simplemente seguí leyendo, hasta que todo volvió a su caudal.

Pero no podía dejarlo ahí nomás, y siguieron 2, 3, 4... 8 libros!
Estaba preparado mental y emocionalmente para su muerte, total, es un spoiler de más de 100 años de antigüedad. Por lo que me causó más sorpresa fue su rapidez. Sir Arthur estaba muy, muy seguro en desaparecerlo, no dejando cabos sueltos en su supervivencia.
Porque ¡Demonios! yo también estuve en esas catas de Reichenbach, yo lo vi caer junto a Moriarty.
Pero no fue así. Sherlock regresó, para hacerse inmortal.

En los interludios -para descansar un poco de alguien tan irritante como Sherlock-, leí el primer libro de Harry Potter, porque toda esa popularidad y fanatismo, además de las últimas películas que fueron entretenidas ("y el libro es mejor", decían).
Y, lo reconozco: fue divertido visitar Hogwarts, y la familia odiosa, y el -parece-malo-pero-no de Snape, y varios elementos literarios que sí hicieron interesante el libro, al punto de pensar -en algún momento- leer las siguientes obras.

Luego, leí Memorias de una pulga -nada anecdótico- y peor aún: empecé a leer Sociedad Juliette (Sasha Grey) pensando que su bibliografía sería tan buena como su filmografía (?).
La leí esperando en algún momento encontrar algo interesante. Nunca pasó. No quería dejarla inconclusa, pero me arrepiento por el tiempo que invertí en leerla.

Ahorita estoy -finalmente- con el último libro de Sherlock, el cual ya no es tan interesante como los primeros, que relataba historias largas y complejas y completas. Pero es un pedazo más de vida que viví.


Tal vez nunca sembré una planta de naranja lima, y tampoco recuerdo confrontarme con lanza y espada a gigantes disfrazados de molinos.
Tal vez leer "100 años de soledad" me pareció -más que 100 años- una eternidad...
y sí, me considero un ignorante al afirmar esto, pero aunque me obligaron a leerlo, no podrán obligarme a que me guste.
Tengo recuerdos borrosos de Crimen y Castigo de Dostoyevsky, no sé si la terminé de leer;
y Fuente Ovejuna que definitivamente no la terminé, aunque igual recuerdo su final; como el Lazarillo de Tormes, a diferencia de La metamorfosis de Kafka, que ya la olvidé. Y los poemas, ¡cuanto me aburrían!
Tal vez me guste Cuauhtémoc y menosprecie la payasada de "literatura" de E. L. James.

Pero quiero seguir, y seguir: Stevenson, Borges, Stephen King, Lovecraft, George Orwell, Gabriel García Márquez, Vargas Llosa, más de Bryce Echenique, de Saramago y de Doyle, y otros tantos clásicos, y otros tantos anónimos, y Tolkien, George. R. R. Martin, J. K. Rowling, y no sé a quién más me estaré olvidando... porque creo no haber mencionado ninguno de los autores que me enseñaron en el colegio!
Y otros tantos más, ni comerciales, ni populares, ni "académicos", pero igual de buenos!!

Hay tanto por leer y tantas vidas por vivir y por morir...
y sin embargo, tan poca vida para dividir en tantas páginas.




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